domingo, 5 de octubre de 2008

Asado Familiar

Nada mejor que despertarse un domingo en la mañana con la voz de mi abuelo, que es exageradamente alta, casi como un grito por la aparente sordera que viene con la vejez, que por más que le digan que el asado comienza a la una y media, insiste en llegar a las once.
Lucho contra la idea de levantarme, pero los gritos desde el patio, que está abajo de la ventana de mi pieza, se rehúsan a dejarme dormir.

Horas, aunque parecen minutos, más tarde mi mamá sube la escalera gritándonos a mi hermano y a mí que nos levantemos porque mi abuela, abuelo, otro abuelo, tía, tío, primo y prima ya llegaron, como si no nos hubiéramos dado cuenta.
Luego de vestirme con la ropa que está tirada en el suelo, voy al baño a tratar de sacarme la almohada de la cara como sea, vanamente por supuesto.
Consciente de mi aspecto de dormida y zombie bajo al patio media hora más tarde de lo que debería y comienzo a saludar en piloto autómatico, repondiendo "Ah" o "Mmm, sí" o simplemente sonriendo a lo que me dicen mis familiares cuando me saludan, me abrazan, me dicen que estoy súper grande, que no me veían hace mucho tiempo, que no nos juntamos nunca, que no los pesco... en fin.
Durmiendo con los ojos abiertos sentada en el sillón del patio, trato de poner cara de interesada en lo que hablan o discuten, hasta que las indirectas que se mandan entre ellos me despiertan un poco.
Mi abuelo que siempre habla de lo cagada que está su salud y no hace nada al respecto empieza:
- Adivinen cuánto me salió en la glicemia.
Y obtiene un montón de "no sé, ¿cuánto?" completamente desinteresados, pero parece no percatarse de la intención.
- 70, por fin me bajó, después de diez años, es el remedio nuevo que me dieron.
- ¿Cuál es?
Y ahí empieza la charla acerca de fármacos más fome que pueda existir jamás en la historia de la humanidad. Todos saltan contando qué toma cada uno, mi abuela se los conoce todos, y opina acerca de los laboratorios, dosis, horas y tiempos la medicación de todos.
Como quien no quiere la cosa, mi mamá empieza a hablar del colesterol, aceptando que es parte de la familia, su genética y sus enfermedades.
- A mí el colesterol me salió 170.
- Ah.
- A mí 240 - se le ocurre decir a mi tía aparentemente sin antes pensar en lo que decía.
- ¿Qué?
- ¿Y cuándo te hiciste lo exámenes?
- ¿Quién es tu doctor?
- ¿Y qué estai tomando?
- Hace harto igual, Pinto, nada. El doctor me dijo que tengo el bueno muy bueno, así que no importa mucho lo alto que tengo éste.
- Pero Anita, tení que tomar algo pa' eso.
- Anda a un cardiólogo.
- Necesitai alguna pastilla específica para eso.
- Grasa en la sangre.
Y así un montón de "consejos" para mi tía, que cada vez se tiran subiendo más la voz ya que mi primo chico no halla nada mejor que agitar con todas sus fuerzas el quitasol que tiene tres móviles colgando, acerca de lo que tiene que hacer, hasta que ésta, que claramente no estaba escuchando a nadie pero ya se aburrió dijo bastante chata:
- Ya, déjenme tranquila por fa.
Todos comen maní, y mi primo chico sigue moviendo el quitasol.
- Anda al doctor, a mí me decían lo mismo antes, que tenía el güeno muy güeno, y que así daba lo mismo lo otro, pero mira ahora, sí es importante - dice mi abuela ya que quedarse callada se le hace imposible, tiene que demostrar que ella sabe siempre qué hacer, y qué es lo mejor para cada uno - Uno tiene que controlarse, si las cosas pasan sin que uno se de cuenta, mira el hijo de Jaime, se quejaba de dolores de cabeza, le diagnosticaron estrés y ahora le encontraron un tumor por aquí por el cuello, debajo de...
- ¿La tiroides?
- No, las parótidas.
Listo, al parecer el colesterol de mi tía pasó a segundo plano luego de aparecer la posibilidad de hablar de las demás personas.
Mi prima quiebra un par de cosas, da vuelta la bebida en el suelo, el humo del asado le saca lágrimas a todos, mi tía prende un cigarro creyendo que nadie se fija, todos opinan acerca de todos los demás, todos están completamente convencidos de que tienen la razón, y tratan de disimular que están conscientes de su superioridad. A comer.
- La carne está lista, ¿entremos?
Todos comen, todos se pelean por hacerse cargo de mis primos y sacrificar su tiempo de comida, todos elogian todos lo platos servidos en la mesa, todos siguen comiendo, los hombres hablan de fútbol, mis primos lloran, gritan, cantan, cuentan chistes, patalean, ensucian, intentan llamar la atención, todos les celebran sus desastres, y todos son desagradablemente felices.
Supongo que el vínculo sanguíneo, familiar, opaca los resentimientos que nacen de la obsesión que cada uno tiene por controlar la vida del otro, porque a fin de cuentas, la familia es la familia, ¿o no?


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1 comentario:

Enfant Terrible dijo...

Jajaja, exacto.
La familia es la familia.
En la mía estan obsesionados con las dietas y la (aburridisima) economía mundial.

Muack!